sábado, 28 de abril de 2012

Desempolvando mi vida... Desempolvando mi guitarra

Tercera parte



Los años fueron pasando, las heridas se fueron cerrando, pero una vez que se cerraron, lo hicieron en falso. En cuanto algo de dolor venía a mí, esas heridas se abrían, de ellas volvían a brotar todos esos fantasmas, todos mis antiguos miedos, la soledad e incluso el odio… Mi ser era un volcán que podía explotar a la mínima señal de tristeza y dolor. Por eso me cerré a los demás, por eso no dejé que nadie conociera del todo a la persona que yo era.
Lo peor de esa época fue que me hice una adicta al ordenador, a Internet. No influyó mucho en mis calificaciones, pero sí me hizo olvidarme de mi mundo. Sólo pensaba en cuándo me podría volver a conectar para poder hablar con esas personas que no me conocían, porque al no saber nada de mí, no me podrían juzgar, no podrían saber qué era lo que me pasaba ni por qué me refugiaba en un mundo falso, de engaños y mentiras. Ahora reconozco que fue una tontería, algo irracional que me pudo haber hecho perder lo que más quiero en esta vida: a mi familia y a mis verdaderos amigos.
Al igual que desde unos años atrás me llevaba arrepintiendo de haber dejado de tocar, ahora me arrepentía de haberme enganchado a las redes sociales y demás páginas de las que no saqué nada bueno. Me arrepentía de haber dejado mi verdadera vida de lado. E igual que sabía que en un futuro no muy lejano volvería a coger la guitarra y volvería a sentir todas esas sensaciones olvidadas, también sabía que no me volvería a enganchar a algo tan tonto e impersonal como un ordenador, pero a esa edad, con sólo quince años, mi mente no era capaz de encontrar otra escapatoria, no era capaz de buscar alguna otra solución que bloqueara el dolor que habitaba en mí desde mi infancia. Mientras que yo recapacitaba sobre esto y cuando aún no tenía las cosas claras, mis padres trataron de ayudarme, pero sin resultados aparentes.
-Es como una droga, aunque no te des cuenta tiene los mismos efectos –me decía sabiamente mi madre-. No te está haciendo ningún bien, ¿no has visto que no puedes pasar un rato sin conectarte a esas odiosas y horribles páginas que sólo consiguen que dejes de lado los estudios?
-Tu madre tiene razón –la secundaba mi padre-. O haces algo pronto, o  en vez de la solución de tu madre de tener sólo una hora al día, directamente te quitaré Internet.
-Pero… Es que… -las palabras no me salían  en ese momento, siendo más tonta de lo que lo he sido nunca, me eché a llorar y me puse a decir que lo que decían era mentira-. No estoy enganchada, es sólo que…
-¡¿Por eso lloras cuando decimos de quitártelo?! –chillaba mi madre sin darme opción a explicarme.
Lo malo es que mis padres tenían razón y yo no supe darme cuenta hasta este momento, no supe ver que aquello que yo creía que era una escapatoria del mundo, una salida sin dolor, era lo que poco a poco me mataba. Y eso sólo conseguía empeorar las cosas, me hacía sentirme mal, sin fuerzas para seguir adelante. Pero tomé una decisión. Decidí centrarme en los estudios para que por lo menos si ahora las cosas no iban bien, en un futuro tendría una pequeña posibilidad de mejorar mi situación y de olvidar todo esto.
Quien más me ayudó en este momento, aparte de Lorena, a quien siempre tenía a mi lado, fue un nuevo amigo. Acababa de llegar al instituto y también sabía tocar la guitarra.
-Jack, me bloqueo al tocar, cuando cojo la guitarra… No sé, me da miedo, no siento lo mismo que antes pero quiero volver a tocar como antaño.
-Mira, Ester, teniendo una guitarra y experiencia, cógela y a darle caña. Es tan sencillo como eso, no tienes que ponerte nerviosa ni pensar que ya no te acordarás y que no te saldrá bien. Y una vez que empieces, lo demás es ponerse a perfeccionarlo hasta que te salgan callos en los dedos –añadía esto último con una suave risa.
Yo sabía que tenía razón, no podría ser tan complicado y supe que lo intentaría, supe que por lo menos, no lo dejaría ahora. Volvería a intentarlo, solo para descubrir si todavía recordaba aquellas melodías que me hacían soñar, aquellos acordes que mis manos sin ninguna orden de mi parte ejecutaban y que creaban algo perfecto, sino para los demás, para mí sí lo era.
Por eso decidí sacar la guitarra del armario, decidí que ya era hora de volver a cogerla, decidí que pasara lo que pasara, nunca más dejaría de tocar si cuando la volviera a coger, esta no me rechazaba por haberla tenido tanto tiempo olvidada.
Y la volví a tocar, volví a recordar cómo me sentía al tener a mi guitarra como confesora. Era una sensación única, maravillosa, increíble. Pero supe que a pesar de todo, no volvería aquella chica que empezó un sueño que poco a poco se convertía en realidad. Primero, porque ese sueño se había llenado de malos recuerdos. Segundo, porque con el paso del tiempo yo misma había cambiado, las heridas interiores sin cerrar que habían dejado en mí todos estos sucesos no me dejarían volver a ser la chica que cogía ilusionada su guitarra y la tocaba con la ilusión de dar grandes conciertos, volverse famosa…
Todo se volvió más complicado, sí. Pero también yo me volví más madura e inteligente y supe que nunca más me dejaría hacer daño. Y aunque suene imposible, difícil o increíble, es la verdad, nunca más me dejaré dañar. Guardaré mis esperanzas, sueños e ilusiones en un baúl del que nadie sepa su paradero. Y yo misma guardaré a esa chica risueña, la encerraré en una celda hasta que, como esa chiquilla soñaba de pequeña, su príncipe la encuentre y la ayude a superar todo lo vivido…

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