domingo, 22 de abril de 2012

Desempolvando mi vida... Desempolvando mi guitarra

Segunda parte. . .



Tan solo tenía siete años cuando la vi, tan perfecta, tan majestuosa… Era preciosa y me enamoré de ella en ese preciso instante. A pesar de su belleza exterior y de lo bien que se conservaba, era vieja, muy vieja.
Pero mis manos, a los ocho años, la consiguieron resucitar, consiguieron que aquellas melodías, aquellos acordes olvidados, volvieran a la vida. La guitarra, después de haberse pasado más de quince años en un armario cogiendo polvo desde que mi madre decidiera dejar de tocarla, volvió a recuperar esa grandeza que la caracterizaba.
Por aquel entonces, mi mejor amiga y yo comenzamos a tocar y nos dimos cuenta de que a las dos se nos daba muy bien. Mientras que yo iba a recibir clases en una iglesia, ella iba con un profesor particular. Todos los días me llamaba y hablábamos durante horas de lo que nos había pasado esa tarde, o de lo que habíamos aprendido, de si alguna de las dos estaba intentando crea una canción por su propia cuenta…
-Hola, Ester. ¿A que no sabes lo que me ha pasado hoy? –esa era casi siempre su forma de empezar una conversación.
Pero otras veces, empezaba diciendo:
-¡Hola! ¿Qué tal te ha ido la tarde? ¿Qué has hecho? ¿Nos vamos mañana a patinar sobre hielo?
-¡Hola, Sara! Pues me ha ido muy bien, te tengo que contar un millón de cosas. Y claro que quiero ir, ¿a la hora de siempre? –le contestaba yo entre risas y desbordante de una alegría y felicidad que pensé que jamás me abandonaría…
Siempre nos llevamos muy bien, éramos inseparables, por lo que en esos momentos de felicidad, era impensable que ocurriría lo que pasó a continuación. Un triste 25 de mayo, mi primer cumpleaños sin ella a mi lado, me hizo ver que esa amistad que de pequeñas habíamos forjado, abría la puerta para salir huyendo sin mirar atrás.
-Mamá… ¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué me ha dejado de hablar? ¿Por qué me ha dejado de lado y se ha olvidado de mí? ¿Ha sido por lago que he dicho o he hecho?
Las inseguridades y los miedos me perseguían, no era yo misma, no podía serlo. Una parte de mi ser se había marchado para no volver… ¿Cómo iba yo si quiera a pretender ser la chica de antes, si esa parte imprescindible de mí había sido arrancada a la fuerza dejando heridas que jamás se cerrarían ni dejarían de sangrar lágrimas de dolor, impotencia, tristeza y odio?
-Tranquila mi niña, tú no has hecho nada malo, no ha sido tu culpa… Si alguien así te ha dejado de lado, es porque en realidad no se merecía ser tu amiga… -pero mi llanto ahogaba sus palabras, que más que consolarme, me hundían más en mi dolor.
A partir de ese momento, desde que mis ojos derramaran tantas lágrimas, a los once años supe cómo sabía una traición, supe el dolor que esta provoca y las heridas sin opción a curar que deja. Pero sobre todo, supe que no volvería a ser la misma. Me encerré dentro de mí sin dejar que nadie, exceptuando a una amiga, se acercara a mí.  Dolía demasiado pensar que perdí a Sara, una gran amiga mía, a la que siempre la había contado todos mis secretos, todas mis dudas, todos mis miedos… Pero perdí algo más importante para mí: mi pasión por la guitarra.

Aunque en los sucesivos años después de que esto pasara seguí tocando, ya no era lo mismo, sentía que me bloqueaba cada vez que cogía mi guitarra, sentía que  ya nada me motivaba a seguir, a pesar que desde pequeña ese había sido mi mayor sueño… Yo quería seguir tocando, pero una barrera de emociones se cerraba dentro de mí cada vez que cogía la guitarra. Cuando me compraron una nueva, pensé que aún había algo de esperanza, que podría recuperar esa pasión que me hacía sentir única y especial cada vez que mis manos comenzaban a tocar… Pero la felicidad duró poco, concretamente unas semanas, después de pasado ese tiempo, mi madre puso sin querer la guitarra en un sitio que no estaba bien sujeta, se cayó y con ella se precipitaron hacia el vacío todas mis esperanzas e ilusiones de volver a ser aquella chica que vivía por un sueño…
A pesar de todo el dolor, me di cuenta de que una persona, a la cual ahora sigo queriendo tanto, siempre permanecería a mi lado. Lorena por aquel entonces me ayudó mucho, aunque para el mundo era una persona cerrada, yo sabía cómo era de verdad por dentro. Era una chica sentimental, con sus propios sueños, sus propias metas y sus pasiones. Era y es esa chica que me ha apoyado y que nunca se ha ido cuando peor estaba yo.
-Lorena, tengo que contarte algo…
-Ester, tranquila. ¿Quieres que esta tarde vayamos a mi casa y veamos una película? –ella captó en seguida mi tono de tristeza y melancolía y pensó en una solución rápida y a la vez factible para levantarme el ánimo.
En ese momento me di cuenta de que un buen amigo no es aquel que comparte tus aficiones o que está sólo cuando le conviene. Entendí que un amigo es mucho más que eso, es alguien que te escucha y que te intenta comprender, que permanece a tu lado por muy mal que se pongan las cosas, es aquel que cuando lo estás pasando realmente mal, llora contigo y que gracias a su presencia consigues sacar la única y verdadera sonrisa del día… Eso es la verdadera amistad, pero muy pocas veces se encuentra a alguien así, por lo que en esas pequeñas y raras ocasiones en las que lo conseguimos, tenemos que guardarlas como un tesoro.

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