Y mi mente voló, voló lejos de aquel partido de fútbol, se escapó a otra realidad en la cual esos brazos que rara vez me rozaban estaban constantemente a mi alrededor. Otra realidad de sueños e ilusiones, de amor y pasiones. Una realidad en la cual tus manos se posaban en mi cara y tus ojos me decían que me amaban...
Una realidad
Mi mente tuvo que volver a centrarse en el presente.
Mi momento de felicidad había pasado: tus manos se habían alejado de mis hombros. Te sentía a mi espalda, sentía tu calor... Y me preguntaban si ese pequeño contacto nos había causado lo mismo a ambos.
Mi mente se había colapsado y se había quedado soñando, sólo unos segundos, pero unos segundos muy preciados ya que rara vez me tocabas.
Sueles estar a mi alrededor, como un satélite que gira en torno a mí...
¡Ya está! La metáfora perfecta. Somos un planeta con su satélite... Pero ¿quién es quién? Quizá ambos seamos un satélite de un mismo planeta, destinados a estar juntos, condenados a vivir separados, a vernos de lejos, a estar casi tan cerca que nos rozamos, con los ojos nos amamos, ojos que dicen "Te quiero".
Pero nos separan... Cada satélite tiene que seguir viajando por su órbita. Esa es nuestra condena.
Tan cerca y a la vez tan lejos...
Nuestros brazos se extienden, queriendo acercarnos, aproximarnos todo lo que podamos. Y en un punto, las yemas de nuestros dedos se rozan, causando que brillemos como todas esas estrellas que día a día nos acompañan, brillantes estrellas que caen de nuestros ojos y se quedan a nuestro alrededor... Convirtiéndose en meteoritos que, al ir aumentando su número, nos impiden alcanzarnos, vernos...
Por mucho que brillemos, por mucho que nuestros ojos se busquen, por mucho amor que muestren...
Los meteoritos se imponen en el camino de dos pequeños satélites cuyo sueño es dejar de girar en torno al planeta al que pertenecen y poder abrazarse, poder amarse...
Tú y yo somos esos dos satélites, desesperados, desesperados... Vamos tan rápido, no sabemos si en la dirección correcta o no. Y tenemos miedo, porque el impacto podría hacernos desaparecer...
No podemos frenar, cada vez seguimos nuestra órbita más deprisa, con más ganas de llegar al punto en el que nos rozamos, nos sentimos, nos miramos... Y esas ganas nos están alejando, pueden en cualquier momento cambiar el rumbo de nuestro destino...
Queremos acercarnos y de la velocidad a la que vamos tenemos miedo de encontrarnos y destruirnos el uno al otro. Tenemos miedo de perder todo aquello por lo que hemos luchado...
Porque, después de todo, sólo somos dos tristes satélites girando en torno a un gran planeta al que ni siquiera importamos, nos mira con desdén, observa nuestro amor desde la distancia, con ojos codiciosos y malicia... Y cuánto más nos alejamos, más te acerca hacia sí, me aleja de tus brazos.
E intento gritar; mil estrellas fugaces salen de mí, dirigidas a ti. Claman al cielo oscuro, al universo infinito, por nuestro amor. Te llaman, te buscan, me traen noticias tuyas... Mil estrellas más se derraman por mis ojos, dejando estelas de luz, destellos de sentimientos y sueños a mi alrededor... Que se convierten en dañinos meteoritos que poco a poco crean una coraza a mi alrededor...
Ya no me ves. Ya no te veo. Nuestros sueños e ilusiones se han convertido en piedra a nuestro alrededor, destrozando todo aquello que nos daba la vida...
Nos da igual ya la velocidad.
En el eterno universo nuestra danza es contemplada por miles de ojos sin hogar, alejados igual que tú y yo, encerrados en sus propios sueños e ilusiones, convertidos en los más feos temores...
Y yo, un simple satélite que ahora gira a tu alrededor, quiero romper esas cadenas de meteoritos que me impiden observar a mi eje, a mi recién descubierto Todo. Porque ya no eres un satélite, eres mi planeta, eres lo que me da la vida... Reluces sin mi, feliz con tu nueva posición, te olvidaste de quién te ayudó a llegar a donde estás...
Y hasta que no me quite esa coraza, no podré dejar de ser un satélite más, no podré convertirme en tu Sol... En aquello que te da a ti la vida, aquello que te hace sentir, que te da calor, amor...
Algún día, los dos satélites dejarán de serlo, tú serás mi planeta, yo seré tu Sol, te daré luz, te daré calor... Mis dulces rayos llegarán a ti y la distancia jamás será un problema, porque tus brazos me rodearán, tus ojos me dirán la verdad...
Y sé que juntos, tú y yo, al final podremos estar...
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