Cuarta parte
No quiero escribir un final a mi historia. Sé
que todavía no ha acabado y que me queda mucho, muchísimo por vivir. Pero al
igual que sé que las cosas buenas vendrán, también sé que las heridas que el
pasado me causó no se irán. Siempre estarán ahí, recordándome que sólo puedo
confiar en mí misma y que a pesar de lo que los demás digan, por mucho que me
quieran, sé que mi vida la tengo que vivir yo sola…
Es duro pensar que estás sola, que por mucho
que intentes contar con los demás, tarde o temprano te fallarán. Pero nadie es
perfecto y eso es una lección que yo aprendí cuando aún debía seguir jugando
con muñecas, inventándome mundos en los que todo era perfecto y en el que las
amigas eran amigas de verdad. Pero para mí, eso no está bien. De pequeños nos
enseñan una visión idealizada del mundo, en la que toda la gente puede hacer lo
que quiera sólo con desearlo y en la que conseguir cualquier cosa que imagines
no sólo es posible, si no que es algo seguro.
Pero la realidad es muy distinta. Demasiado
distinta. Gente muriendo por conseguir un simple sueño, personas dando sus
vidas por conseguir una mísera participación en un mundo de locos en el cual,
poco importamos aquellos que queremos solucionar las cosas. Sólo importan los
que prometen sin cumplir, interesa más el dinero, la posición social, la raza,
que el amor, la paz, la solidaridad, el ayudar a quien de verdad lo necesita…
Con el paso del tiempo, los valores que
importaban en esta vida han ido cambiando, confundiéndose con otros que nos han
hecho volvernos como ahora somos, seres sin capacidad de raciocinio,
controlados por una sociedad que nos quita el dinero, la vida, la salud, la
ilusión…
Somos meras marionetas de los poderosos. No
somos nada porque no podemos hacer absolutamente nada. Todos los intentos de la
humanidad por mejorar se ven interrumpidos por la ineptitud, la pobreza, el
hambre, las enfermedades, por todo aquello que de una forma u otra no tiene
cura o no puede sobrellevarse. Pero el esfuerzo de unos pocos, aunque
importante, es inocuo, no sirve de mucho si por cada buena acción que hagamos,
hay otras mil malas cometiéndose en ese mismo instante.
Por lo que debemos ser fuertes por nosotros
mismos, no debemos rendir cuentas a nadie más, porque al final de nuestras
vidas, somos nosotros nuestros únicos jueces y verdugos. Juzgamos nuestros
propios actos y morimos poco a poco al darnos cuenta de lo que hicimos… Pero
eso ya no tiene solución, todo aquello que creíamos que nos hacía fuertes y
poderosos, solo alimentaban la furia de ese ser que nos espera al final del
camino, nuestra propia conciencia…
***
Pero en ese instante, cuando yo pude volver a
coger mi guitarra, me olvidé de todos esos pensamientos que nublaban mi cabeza,
solo pensaba en mí misma, en lo feliz que estaba en ese momento. Y que si la
vida era complicada, lo aceptaría con una sonrisa en mi cara y seguiría
luchando por todo aquello que amaba sin dejar que nada me intimidara y me
hiciera abandonar mi camino hacia la tierra de los sueños cumplidos…
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