Diario de una suicida
El silencio era magnífico. No se escuchaba nada a parte de mi
respiración, la cual por momentos se realentizaba... Poco a poco iba
perdiendo la fuerza, se iba consumiendo igual que mis ganas de seguir
adelante... Sabía que estaba perdiendo esta batalla. Mi yo interior
gritaba que parara, chillaba tan alto que esto era un error, que casi le
hice caso...
Pero no, el miedo y demás sentimientos eran superiores a esa vocecita interior que me ordenaba parar... Sus chillidos eran molestos e incomprensibles... ¿Por qué parar ahora que he llegado tan lejos? ¿Por qué parar ahora que he encontrado la solución?
Sabía que era yo, y no esa vocecita interior, quien tenía razón. ¿Cómo lo sabía? Ni idea, era así y punto...
Mi mente estaba concentrada en una única cosa... Movimiento tras movimiento, realentizando mi aliento, perdiendo las fuerzas por momentos... Todo estaba saliendo justo como tenía que ser... ¿Entonces por qué vienen los remordimientos a mí? Pero no, ahh, el silencio, la tranquilidad, la oscuridad... Son tan cariñosos... Abrazan fuerte. Te obligan a no querer dejar escapar esos brazos que te devuelven la paz y precipitándote cada vez más rápido hacia ellos...
El silencio, ese silencio tan deseado, añorado... Interrumpido sólamente por un maldito ruido continuo, sólo ese ruido estropeaba mi paz... Me di cuenta de que algo goteaba, eran gotas que caían al suelo... Pero... ¿Gotas de qué?
En ese momento vi las manchas rojas y sonreí. Sí, ya me acordaba de qué eran esas gotas, ya sabía de dónde procedían... De mí. Verlo y razonarlo me produjo cierta angustia, pero los brazos y la voz susurrante, de aquello que en ese momento más anhelaba, tiraban más fuerte de mí. Reclamaban aquello que estaba dispuesta a dar, a pesar de haber creído que jamás lo haría...
Qué irónica es la vida, ¿no? Yo aquí, sabiendo lo que pasaría si seguía por ese camino, sabiendo que perdería muchas cosas, con la certeza de que perdería aquello que más había amado: la vida... Pero no, allí estaba, nadie me movería, tomé la decisión precipitadamente, cierto, pero una vez que comencé, no pude parar y sólo pude pensar en lo bien que se sentía ese silencio, esa paz, esa tranquilidad...
Lo bien que se sentían esos brazos llevándome hacia el final, viendo, sintiendo, mi último aliento... Ese aliento dedeciado a la vida y ofrecido a la muerte... Una dulce muerte, dolorosa pero deseada....
Pero no, el miedo y demás sentimientos eran superiores a esa vocecita interior que me ordenaba parar... Sus chillidos eran molestos e incomprensibles... ¿Por qué parar ahora que he llegado tan lejos? ¿Por qué parar ahora que he encontrado la solución?
Sabía que era yo, y no esa vocecita interior, quien tenía razón. ¿Cómo lo sabía? Ni idea, era así y punto...
Mi mente estaba concentrada en una única cosa... Movimiento tras movimiento, realentizando mi aliento, perdiendo las fuerzas por momentos... Todo estaba saliendo justo como tenía que ser... ¿Entonces por qué vienen los remordimientos a mí? Pero no, ahh, el silencio, la tranquilidad, la oscuridad... Son tan cariñosos... Abrazan fuerte. Te obligan a no querer dejar escapar esos brazos que te devuelven la paz y precipitándote cada vez más rápido hacia ellos...
El silencio, ese silencio tan deseado, añorado... Interrumpido sólamente por un maldito ruido continuo, sólo ese ruido estropeaba mi paz... Me di cuenta de que algo goteaba, eran gotas que caían al suelo... Pero... ¿Gotas de qué?
En ese momento vi las manchas rojas y sonreí. Sí, ya me acordaba de qué eran esas gotas, ya sabía de dónde procedían... De mí. Verlo y razonarlo me produjo cierta angustia, pero los brazos y la voz susurrante, de aquello que en ese momento más anhelaba, tiraban más fuerte de mí. Reclamaban aquello que estaba dispuesta a dar, a pesar de haber creído que jamás lo haría...
Qué irónica es la vida, ¿no? Yo aquí, sabiendo lo que pasaría si seguía por ese camino, sabiendo que perdería muchas cosas, con la certeza de que perdería aquello que más había amado: la vida... Pero no, allí estaba, nadie me movería, tomé la decisión precipitadamente, cierto, pero una vez que comencé, no pude parar y sólo pude pensar en lo bien que se sentía ese silencio, esa paz, esa tranquilidad...
Lo bien que se sentían esos brazos llevándome hacia el final, viendo, sintiendo, mi último aliento... Ese aliento dedeciado a la vida y ofrecido a la muerte... Una dulce muerte, dolorosa pero deseada....
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