Tercera parte
Los años fueron pasando, las heridas se fueron
cerrando, pero una vez que se cerraron, lo hicieron en falso. En cuanto algo de
dolor venía a mí, esas heridas se abrían, de ellas volvían a brotar todos esos
fantasmas, todos mis antiguos miedos, la soledad e incluso el odio… Mi ser era
un volcán que podía explotar a la mínima señal de tristeza y dolor. Por eso me
cerré a los demás, por eso no dejé que nadie conociera del todo a la persona
que yo era.
Lo peor de esa época fue que me hice una adicta
al ordenador, a Internet. No influyó mucho en mis calificaciones, pero sí me
hizo olvidarme de mi mundo. Sólo pensaba en cuándo me podría volver a conectar
para poder hablar con esas personas que no me conocían, porque al no saber nada
de mí, no me podrían juzgar, no podrían saber qué era lo que me pasaba ni por
qué me refugiaba en un mundo falso, de engaños y mentiras. Ahora reconozco que
fue una tontería, algo irracional que me pudo haber hecho perder lo que más
quiero en esta vida: a mi familia y a mis verdaderos amigos.
Al igual que desde unos años atrás me llevaba
arrepintiendo de haber dejado de tocar, ahora me arrepentía de haberme
enganchado a las redes sociales y demás páginas de las que no saqué nada bueno.
Me arrepentía de haber dejado mi verdadera vida de lado. E igual que sabía que
en un futuro no muy lejano volvería a coger la guitarra y volvería a sentir
todas esas sensaciones olvidadas, también sabía que no me volvería a enganchar
a algo tan tonto e impersonal como un ordenador, pero a esa edad, con sólo
quince años, mi mente no era capaz de encontrar otra escapatoria, no era capaz
de buscar alguna otra solución que bloqueara el dolor que habitaba en mí desde
mi infancia. Mientras que yo recapacitaba sobre esto y cuando aún no tenía las
cosas claras, mis padres trataron de ayudarme, pero sin resultados aparentes.
-Es como una droga, aunque no te des cuenta
tiene los mismos efectos –me decía sabiamente mi madre-. No te está haciendo
ningún bien, ¿no has visto que no puedes pasar un rato sin conectarte a esas
odiosas y horribles páginas que sólo consiguen que dejes de lado los estudios?
-Tu madre tiene razón –la secundaba mi padre-.
O haces algo pronto, o en vez de la
solución de tu madre de tener sólo una hora al día, directamente te quitaré
Internet.
-Pero… Es que… -las palabras no me salían en ese momento, siendo más tonta de lo que lo
he sido nunca, me eché a llorar y me puse a decir que lo que decían era
mentira-. No estoy enganchada, es sólo que…
-¡¿Por eso lloras cuando decimos de
quitártelo?! –chillaba mi madre sin darme opción a explicarme.
Lo malo es que mis padres tenían razón y yo no
supe darme cuenta hasta este momento, no supe ver que aquello que yo creía que
era una escapatoria del mundo, una salida sin dolor, era lo que poco a poco me
mataba. Y eso sólo conseguía empeorar las cosas, me hacía sentirme mal, sin
fuerzas para seguir adelante. Pero tomé una decisión. Decidí centrarme en los
estudios para que por lo menos si ahora las cosas no iban bien, en un futuro
tendría una pequeña posibilidad de mejorar mi situación y de olvidar todo esto.
Quien más me ayudó en este momento, aparte de
Lorena, a quien siempre tenía a mi lado, fue un nuevo amigo. Acababa de llegar
al instituto y también sabía tocar la guitarra.
-Jack, me bloqueo al tocar, cuando cojo la
guitarra… No sé, me da miedo, no siento lo mismo que antes pero quiero volver a
tocar como antaño.
-Mira, Ester, teniendo una guitarra y
experiencia, cógela y a darle caña. Es tan sencillo como eso, no tienes que
ponerte nerviosa ni pensar que ya no te acordarás y que no te saldrá bien. Y
una vez que empieces, lo demás es ponerse a perfeccionarlo hasta que te salgan
callos en los dedos –añadía esto último con una suave risa.
Yo sabía que tenía razón, no podría ser tan
complicado y supe que lo intentaría, supe que por lo menos, no lo dejaría
ahora. Volvería a intentarlo, solo para descubrir si todavía recordaba aquellas
melodías que me hacían soñar, aquellos acordes que mis manos sin ninguna orden
de mi parte ejecutaban y que creaban algo perfecto, sino para los demás, para
mí sí lo era.
Por eso decidí sacar la guitarra del armario,
decidí que ya era hora de volver a cogerla, decidí que pasara lo que pasara,
nunca más dejaría de tocar si cuando la volviera a coger, esta no me rechazaba
por haberla tenido tanto tiempo olvidada.
Y la volví a tocar, volví a recordar cómo me
sentía al tener a mi guitarra como confesora. Era una sensación única,
maravillosa, increíble. Pero supe que a pesar de todo, no volvería aquella
chica que empezó un sueño que poco a poco se convertía en realidad. Primero,
porque ese sueño se había llenado de malos recuerdos. Segundo, porque con el
paso del tiempo yo misma había cambiado, las heridas interiores sin cerrar que
habían dejado en mí todos estos sucesos no me dejarían volver a ser la chica
que cogía ilusionada su guitarra y la tocaba con la ilusión de dar grandes
conciertos, volverse famosa…
Todo se volvió más complicado, sí. Pero también
yo me volví más madura e inteligente y supe que nunca más me dejaría hacer
daño. Y aunque suene imposible, difícil o increíble, es la verdad, nunca más me
dejaré dañar. Guardaré mis esperanzas, sueños e ilusiones en un baúl del que
nadie sepa su paradero. Y yo misma guardaré a esa chica risueña, la encerraré
en una celda hasta que, como esa chiquilla soñaba de pequeña, su príncipe la
encuentre y la ayude a superar todo lo vivido…
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