Segunda parte. . .
Tan solo tenía siete años cuando la vi, tan
perfecta, tan majestuosa… Era preciosa y me enamoré de ella en ese preciso
instante. A pesar de su belleza exterior y de lo bien que se conservaba, era
vieja, muy vieja.
Pero mis manos, a los ocho años, la
consiguieron resucitar, consiguieron que aquellas melodías, aquellos acordes
olvidados, volvieran a la vida. La guitarra, después de haberse pasado más de quince
años en un armario cogiendo polvo desde que mi madre decidiera dejar de tocarla,
volvió a recuperar esa grandeza que la caracterizaba.
Por aquel entonces, mi mejor amiga y yo
comenzamos a tocar y nos dimos cuenta de que a las dos se nos daba muy bien.
Mientras que yo iba a recibir clases en una iglesia, ella iba con un profesor
particular. Todos los días me llamaba y hablábamos durante horas de lo que nos
había pasado esa tarde, o de lo que habíamos aprendido, de si alguna de las dos
estaba intentando crea una canción por su propia cuenta…
-Hola, Ester. ¿A que no sabes lo que me ha
pasado hoy? –esa era casi siempre su forma de empezar una conversación.
Pero otras veces, empezaba diciendo:
-¡Hola! ¿Qué tal te ha ido la tarde? ¿Qué has
hecho? ¿Nos vamos mañana a patinar sobre hielo?
-¡Hola, Sara! Pues me ha ido muy bien, te tengo
que contar un millón de cosas. Y claro que quiero ir, ¿a la hora de siempre?
–le contestaba yo entre risas y desbordante de una alegría y felicidad que
pensé que jamás me abandonaría…
Siempre nos llevamos muy bien, éramos
inseparables, por lo que en esos momentos de felicidad, era impensable que
ocurriría lo que pasó a continuación. Un triste 25 de mayo, mi primer
cumpleaños sin ella a mi lado, me hizo ver que esa amistad que de pequeñas
habíamos forjado, abría la puerta para salir huyendo sin mirar atrás.
-Mamá… ¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué me ha
dejado de hablar? ¿Por qué me ha dejado de lado y se ha olvidado de mí? ¿Ha
sido por lago que he dicho o he hecho?
Las inseguridades y los miedos me perseguían,
no era yo misma, no podía serlo. Una parte de mi ser se había marchado para no
volver… ¿Cómo iba yo si quiera a pretender ser la chica de antes, si esa parte
imprescindible de mí había sido arrancada a la fuerza dejando heridas que jamás
se cerrarían ni dejarían de sangrar lágrimas de dolor, impotencia, tristeza y
odio?
-Tranquila mi niña, tú no has hecho nada malo,
no ha sido tu culpa… Si alguien así te ha dejado de lado, es porque en realidad
no se merecía ser tu amiga… -pero mi llanto ahogaba sus palabras, que más que
consolarme, me hundían más en mi dolor.
A partir de ese momento, desde que mis ojos
derramaran tantas lágrimas, a los once años supe cómo sabía una traición, supe
el dolor que esta provoca y las heridas sin opción a curar que deja. Pero sobre
todo, supe que no volvería a ser la misma. Me encerré dentro de mí sin dejar
que nadie, exceptuando a una amiga, se acercara a mí. Dolía demasiado pensar que perdí a Sara, una
gran amiga mía, a la que siempre la había contado todos mis secretos, todas mis
dudas, todos mis miedos… Pero perdí algo más importante para mí: mi pasión por
la guitarra.
Aunque en los sucesivos años después de que
esto pasara seguí tocando, ya no era lo mismo, sentía que me bloqueaba cada vez
que cogía mi guitarra, sentía que ya
nada me motivaba a seguir, a pesar que desde pequeña ese había sido mi mayor
sueño… Yo quería seguir tocando, pero una barrera de emociones se cerraba
dentro de mí cada vez que cogía la guitarra. Cuando me compraron una nueva,
pensé que aún había algo de esperanza, que podría recuperar esa pasión que me
hacía sentir única y especial cada vez que mis manos comenzaban a tocar… Pero
la felicidad duró poco, concretamente unas semanas, después de pasado ese
tiempo, mi madre puso sin querer la guitarra en un sitio que no estaba bien
sujeta, se cayó y con ella se precipitaron hacia el vacío todas mis esperanzas
e ilusiones de volver a ser aquella chica que vivía por un sueño…
A pesar de todo el dolor, me di cuenta de que
una persona, a la cual ahora sigo queriendo tanto, siempre permanecería a mi lado.
Lorena por aquel entonces me ayudó mucho, aunque para el mundo era una persona
cerrada, yo sabía cómo era de verdad por dentro. Era una chica sentimental, con
sus propios sueños, sus propias metas y sus pasiones. Era y es esa chica que me
ha apoyado y que nunca se ha ido cuando peor estaba yo.
-Lorena, tengo que contarte algo…
-Ester, tranquila. ¿Quieres que esta tarde
vayamos a mi casa y veamos una película? –ella captó en seguida mi tono de
tristeza y melancolía y pensó en una solución rápida y a la vez factible para
levantarme el ánimo.
En
ese momento me di cuenta de que un buen amigo no es aquel que comparte tus
aficiones o que está sólo cuando le conviene. Entendí que un amigo es mucho más
que eso, es alguien que te escucha y que te intenta comprender, que permanece a
tu lado por muy mal que se pongan las cosas, es aquel que cuando lo estás
pasando realmente mal, llora contigo y que gracias a su presencia consigues
sacar la única y verdadera sonrisa del día… Eso es la verdadera amistad, pero
muy pocas veces se encuentra a alguien así, por lo que en esas pequeñas y raras
ocasiones en las que lo conseguimos, tenemos que guardarlas como un tesoro.
me encanta =)
ResponderEliminargracias =)
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