martes, 19 de septiembre de 2017

Ver y sentir... Con los ojos del corazón



El frío cubría de una ligera escarcha las ventanas del salón. La temperatura exterior debía alcanzar límites que hasta ahora ella no había sentido en su delicada piel. Seguía avanzando a pesar de que sus pies se enfriaban con cada paso que le acercaba al gran ventanal. Pasos que le alejaban del calor que desprendía el fuego de la chimenea. Pero quería contemplar aquello que sus ojos nunca habían podido apreciar.

Frente al ventanal había un sofá en el cual se apoyó para observar el exterior. Al hacerlo, lágrimas de felicidad cayeron por sus ojos: jamás había contemplado algo tan bello. La ladera de la montaña estaba cubierta por muchas capas de nieve. Desde la distancia se apreciaba su suavidad, su blancura; parecía estar hecha del mismo material delicado que forma las nubes, como un algodón de azúcar en manos de un niño de mirada entusiasta.

El atardecer dotaba dicha estampa de una magia especial. La sombra de los árboles sobre la nieve y la leve niebla que se estaba empezando a alzar sobre la ladera de la montaña creaban un aura misteriosa. ¿Qué habría más allá del bosque? ¿Y en lo alto de la montaña?

Se fue corriendo hacia una de las ventanas del piso de arriba, cuyas vistas daban hacia la parte más alta de la montaña. La oscuridad poco a poco iba ganando terreno y cubriendo todo, aportando un toque más tétrico que misterioso; pero a ella le encantaba contemplar el misticismo que desprendía.

Sus pensamientos se perdieron en todos los libros que había leído y en todas aquellas películas que habían intentado recrear las sensaciones que en ese momento la inundaban. Pero descubrió que vivirlo era mucho más satisfactorio.

Quería salir al exterior, sentir el frío en su cara y la nieve bajo sus pies. Pero sabía que si lo hacía, aunque fueran unos minutos, corría el riego de coger un gran resfriado. Por lo tanto se quedó admirando el bello paisaje que le estaba siendo ofrecido. Respiró onda, cerró los ojos y dejó que las sensaciones calentaran y acunaran su ser.

La tranquilidad y el olor que había a su alrededor le resultaban familiar. Poco a poco se fue dando cuenta de los brazos que desde hacía un rato le arropaban. Permaneció con los ojos cerrados y una leve sonrisa asomó a sus labios. ¿Podía haber algo más perfecto que ese momento?

-Te quiero.

Su cuerpo tembló al oír aquel leve susurro en su oído. El calor se convirtió en parte de su ser y la sonrisa se bañó en dulces y alegres lágrimas.

Giró su cuerpo ligeramente para quedar frente a esa fuente de calor que la había abrazado por la espalda. Abrió sus ojos poco a poco, vislumbrando un rostro que amaba y la más bella sonrisa que jamás había podido observar. Sus brazos subieron y se enroscaron alrededor de él, juntando sus cuerpos.

Un suspiro salió de sus labios, mientras pronunciaba con el mayor cariño aquellas dos palabras, las más sinceras y tiernas, que salían directas de su corazón.


-Te quiero.



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