jueves, 26 de noviembre de 2015
~ Ice around her heart ~
"¿Ves cómo sales perdiendo?". Sí, salgo perdiendo.
Y tengo tanto miedo de perderte...
Me duele tanto volver a encariñarme...
Soy tan insegura de mí misma...
Aún sigo esperando a que me digas que todo es mentira, que no me quieres, que realmente no viste nada en mí...
Y duele tanto vivir día a día con esa carga...
Pensar que realmente nunca me quisiste, esperar a que me dejes de lado como todos los demás, a que me dejes tirada sin tener en cuenta mis sentimientos, a que pases por encima mía y arrases con todo lo que hay en mi interior.
La parte de mí que, desde hace tantos años, vive con miedo... Esa parte que necesita un abrazo, que la cuiden y la mimen, esa adolescente que jamás puedo ser ella misma, aquella chica que necesitaba a alguien a su lado que la quisiera y solamente encontró un espacio en blanco lleno de su soledad y tristeza más profunda.
Todo lo que en aquellos años pasó a esa chica se quedó viviendo dentro de ella, sin una forma de salir, sin forma de expresar su dolor. Contuvo todos los sentimientos y escondió su miedo, su dolor, sus sentimientos, bajo capas de quien ella realmente quería ser y jamás pudo ser.
Esa chica que todavía guarda dentro de sí todo aquello que una vez la hizo daño, todos aquellos miedos que jamás la abandonaron: sus demonios. La perseguían día y noche; a veces, cuando creía que tenía un descanso y se creía feliz, los demonios volvían a asaltarla.
"No eres nada".
"Eres fea".
"Eres estúpida".
"Jamás llegarás a ser nada en esta vida".
"Acabarás en cualquier trabajo, si es que consigues alguno".
"No te esfuerzas".
"Tú lo único que tienes es cuento".
Y una larga lista de cosas que ella poquito a poco iba guardando dentro de sí. Eran frases, palabras, que iban construyendo una barrera a su alrededor, una gélida y fría pared hacia su interior que nadie podría nunca traspasar.
Ella misma se alejaba del resto, no dejaba pasar a nadie...
Al menos así había sido.
El día de dejar entrar a alguien a su corazón había llegado de la forma más insospechada, sin siquiera darse cuenta. Y ahora estaba sufriendo las consecuencias.
Le quería, locamente. Le necesitaba, muchísimo. Quería estar con él.
Pero sus miedos y sus demonios no se iban.
"Letrasada".
"Déjala, ella es de letras".
"¿Sabes nada sobre esto? ¿Y de esto otro? Tú solamente sabes hacer cosas como 2+2".
"Lo tuyo no es lo importante".
"Realmente no haces nada".
Y, ¿sabes qué? Esas palabras cortaban dentro de ella. Su corazón las guardaba, coleccionaba cicatrices, heridas de guerras antiguas mal remendadas, retazos de todo aquel dolor que ella guardaba dentro de sí.
-¿Y ahora qué hago? - Se preguntaba a sí misma -. ¿Cómo seguir adelante dejando de lado todos mis miedos? ¿Cómo vivir? ¿Cómo ser yo?
Aún a día de hoy, esa chica sigue esperando que la decepciones, pese a que has sido el único que realmente ha hecho algo por ella. Quizá ese es el motivo: que después de tan malas expericiencias no se cree que todo pueda salir bien...
martes, 21 de julio de 2015
Bienvenida de nuevo a casa.
Frío. Hace mucho frío.
¿Dónde estoy?
Mi último recuerdo fue quedarme dormida en mi cama y... Y, de repente, no sé cómo, estar aquí.
Pero... ¿Dónde es aquí?
Estoy sentada en un suelo duro, frío, sucio y con grietas. Mi pijama ya no está y en su lugar llevo un viejo traje manchado y rasgado.
Intento levantarme apoyándome en una pared cercana, pero mis piernas no me sostienen.
De repente un brusco golpe me asusta y hace que mi corazón lata mucho más deprisa.
Poco después, me doy cuenta de que los pasos se han convertido en un desagradable sonido, como si algo pesado fuera arrastrado en contra de su voluntad.
La fuente de dicho sonido se va acercando y mis ojos, antes cerrados por el miedo y en la más completa oscuridad, se abren para contemplar la macabra escena.
Es una muñeca, del tamaño de una persona. Está siendo arrastrada por un encapuchado que se esconde tras las sombras, cuyo ritmo va haciéndose más lento a cada paso que da.
Bruscamente la muñeca abre los ojos y centra su mirada penetrante en mí.
Lo que veo me desgarra: dolor, pesadumbre, miedo, incredulidad, incertidumbre, temor...
Es una muñeca rota a la que llevan al cementerio de juguetes rotos. Ha dejado de ser útil, ya no tiene nada por lo que vivir. Sabe cuál es su destino y lo sufre.
Su lúgubre mirada, un grito de ayuda. Me pide que vaya a salvarla, que la rescate y la saque de ese pésimo futuro en un lugar del que jamás saldrá.
Yo quiero ayudarla, me gustaría poder quitar el dolor de esos ojos, la angustia que hay en su corazón.
Cierro los ojos, cojo aire y vuelvo a mirar a la muñeca.
Miro hacia arriba, a la maligna sonrisa que ahora hay en sus ojos, las lágrimas no derramadas que esconden. Pero lo que más llama la atención es su mueca de superioridad.
Y, de repente, me doy cuenta. Yo soy esa muñeca rota. Yo soy quien está en el suelo, acabada, derrotada, siendo arrastrada al lugar oscuro y tenebroso del que jamás podré salir.
Es mi mirada ahora la que suplica ayuda a la muñeca, perfectamente arreglada y cuidada.
Sus ojos me miran sin piedad; su boca, una mueca siniestra.
-Ambas estamos en el mismo barco. Yo soy quien tú quieres que sea, ves lo que quieres ver. No hay escapatoria, jamás la hubo. Bienvenida de nuevo a casa.
¿Dónde estoy?
Mi último recuerdo fue quedarme dormida en mi cama y... Y, de repente, no sé cómo, estar aquí.
Pero... ¿Dónde es aquí?
Estoy sentada en un suelo duro, frío, sucio y con grietas. Mi pijama ya no está y en su lugar llevo un viejo traje manchado y rasgado.
Intento levantarme apoyándome en una pared cercana, pero mis piernas no me sostienen.
Estoy intentando sentarme de nuevo cuando, a lo lejos, se oyen unos pasos débiles, sin apenas fuerza.
De repente un brusco golpe me asusta y hace que mi corazón lata mucho más deprisa.
Poco después, me doy cuenta de que los pasos se han convertido en un desagradable sonido, como si algo pesado fuera arrastrado en contra de su voluntad.
La fuente de dicho sonido se va acercando y mis ojos, antes cerrados por el miedo y en la más completa oscuridad, se abren para contemplar la macabra escena.
Es una muñeca, del tamaño de una persona. Está siendo arrastrada por un encapuchado que se esconde tras las sombras, cuyo ritmo va haciéndose más lento a cada paso que da.
Bruscamente la muñeca abre los ojos y centra su mirada penetrante en mí.
Lo que veo me desgarra: dolor, pesadumbre, miedo, incredulidad, incertidumbre, temor...
Es una muñeca rota a la que llevan al cementerio de juguetes rotos. Ha dejado de ser útil, ya no tiene nada por lo que vivir. Sabe cuál es su destino y lo sufre.
Su lúgubre mirada, un grito de ayuda. Me pide que vaya a salvarla, que la rescate y la saque de ese pésimo futuro en un lugar del que jamás saldrá.
Yo quiero ayudarla, me gustaría poder quitar el dolor de esos ojos, la angustia que hay en su corazón.
Dentro de mí siento el vacío que hay dentro de la muñeca rota, siento su soledad y su pena, su amargura y su angustia; veo sus demonios, que arañan sus entrañas en busca de todos aquellos recuerdos y sentimientos que la muñeca rota atesoraba y que poco a poco va perdiendo. Unos demonios que la llenan de miedos y temores, que la destruyen desde dentro.
Cierro los ojos, cojo aire y vuelvo a mirar a la muñeca.
Miro hacia arriba, a la maligna sonrisa que ahora hay en sus ojos, las lágrimas no derramadas que esconden. Pero lo que más llama la atención es su mueca de superioridad.
Y, de repente, me doy cuenta. Yo soy esa muñeca rota. Yo soy quien está en el suelo, acabada, derrotada, siendo arrastrada al lugar oscuro y tenebroso del que jamás podré salir.
Es mi mirada ahora la que suplica ayuda a la muñeca, perfectamente arreglada y cuidada.
Sus ojos me miran sin piedad; su boca, una mueca siniestra.
-Ambas estamos en el mismo barco. Yo soy quien tú quieres que sea, ves lo que quieres ver. No hay escapatoria, jamás la hubo. Bienvenida de nuevo a casa.
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