¡Buenas noches, bloggeros! :)
Hoy os dejo aquí un pequeño minicuento que escribí en el famoso Cuaderno de Procesos de Aprendizaje.
¡Espero que os guste! ;)
La estación fantasma
Mientras el tren avanzaba, las ruedas chirriaban sobre las vías debido a la velocidad que cogía nada más salir de la estación.
¿Dirección? Un pueblecito de Galicia. Ese lugar al que, desde pequeña, tantas veces había ido y en el cual tantos buenos momentos había pasado.
Este año al fin mis padres me dejabam ir sola con mis amigos. Llevábamos planeando varios años pasar en mi casa de Galicia unas semanas en verano y por fin lo habíamos conseguido.
Así que allí estábamos los cinco, en un tren que se dirigía hacia el que prometía ser uno de los mejores veranos de nuestras vidas. O, al menos, esperábamos que fueran las mejores semanas juntos de ese verano.
Playa, bosque, rías, meigas, duendecillos y musgo... ¿Musgo? Pues sí, musgo. Es una pequeña broma que tenemos un amigo y yo sobre Galicia. Mi querido amigo no paraba de decirme que allí sólo había musgo y que éste me había abducido.
Por lo tanto, allí estábamos, cinco buenos amigos pasando su primer viaje solos (sin padres) y juntos. Éramos dos chicas y tres chicos, los cuales siempre han sido como nuestros hermanos, nuestros guardaespaldas. En todo momento han estado a nuestro lado, animándonos, bromeando para alegrarnos, escuchándonos cuando necesitábamos desahogarnos, encontrando las palabras adecuadas para cada situación...
Todos ellos eran amigos míos desde los cinco años, cuando nos juntamos en el colegio.. Y, lo que es más importante, eran buenos amigos, de esos por los que pondrías la mano en el fuego sin dudarlo en ningún momento.
Pero esta historia no trata sobre nosotros, no, porque nosotros no somos sus protagonistas.
La verdadera historia se remonta tiempo atrás, en un lejano y olvidado pueblecito de las profundidades de Galicia...
Estábamos llegando a Lugo cuando el tren tomó un rumbo contradictorio. En vez de seguir las vías por las que habíamos avanzado durante todo el trayecto, tomó unas vías de servicio que se hallaban a la izquierda del vagón, escondidas entre árboles y frondosos matorrales.
Nosotros no nos extrañamos, pues era la primera vez que todos hacíamos este trayecto. Pero algún que otro pasajero, para el cual ese viaje no era nada nuevo, soltó pequeñas exclamaciones al ver cambiado el rumbo de su viaje.
"Quizá ha cogido un atajo", pensaron algunos. "Probablemente se haya equivocado pero pueda rectificar el rumbo", pensaron otros. También estaban aquellos que pensaban "¿Y si nos viene otro tren de frente y chocamos?", posibilidad que no se debería descartar.
El caso es que el tren siguió durante varias horas esa dirección sin encontrase con otros trenes, ni pueblos... Nada. Nadie sabía por qué; nadie sabía hacia dónde se dirigía.
Cada vez que mirábamos por la ventana, veíamos un bosque tan frondoso que la vista sólo alcanzaba a ver las viejas vías cubiertas de musgo, hojas y ramas, sobre las que el tren pasaba.
Si te parabas un momento y lo mirabas con ojos críticos, podías admirar su tenebrosa y misteriosa belleza; era un paisaje precioso, pero demasiado siniestro. Tenía ese aura que te hacía recordar todos aquellos lugares en los que siempre pasaba algo digno de película de terror.
La gente empezaba a impacientarse. Muchos intentaron llegar hasta la cabina del conductor y preguntarle qué pasaba, pero no daba señales de vida y el tren seguía avanzando en su concierto y desconocido rumbo.
A muchas personas ya se les había ocurrido usar la tecnología, que tan a mano tenemos a día de hoy, pero no había cobertura debido a que el tren se había adentrado demasiado en el bosque y estábamos entre montañas.
De repente, el tren empezó a perder velocidad. La alarma corrió rauda de nuestra mente hacia nuestros corazones, los cuales estaban a apunto de sufrir un paro cardiaco al ver a lo lejos una antigua estación abandonada.
¿El tren iba a parar allí? ¿Nos iba a dejar en mitad de la nada, en una estación abandonada, sin forma de comunicarnos con el exterior?
Mis amigos y yo nos miramos. Era demasiado raro que sucediera algo así.
Nuestras preguntas fueron contestadas en seguida, cuando el tren entró en la estación y paró del todo.
Por megafonía, justo en ese mismo momento, se pudo escuchar claramente una voz estridente y siniestra que dijo lo siguiente: "Bienvenidos".
Rápidamente nos miramos los unos a los otros y luego centramos nuestra atención en lo que había fuera del vagón. El paisaje había cambiado.
Allí fuera, aparte de no haber ni un alma, una niebla densa y espesa había sustituido al calor previo propio del verano. En aquel momento era imposible ver la estación. Mientras, el frío y la niebla se iban acercando al tren.
Entre los pasajeros se hizo un silencio que se podía cortar con un cuchillo, en el cual se podían palpar la tensión y el miedo acumulados en nosotros durante todo el viaje, desde que el tren cambió inesperadamente su rumbo.
El silencio fue roto de repente. La temperatura del exterior bajó aún más y los cristales se fueron helando poco a poco.
Los crujidos producidos por dicho proceso nos pusieron los pelos de punta. El sonido podía describirse como miles y diminutas manos con uñas afiladas golpeando los cristales y creando un sonido estridente y terrorífico. Era como si quisieran entrar o quisieran que nosotros saliéramos del tren.
Súbitamente, el sonido cesó.
Los cristales, ahora cubiertos por una fina capa de hielo que impedía ver claramente el exterior, dejaron de emitir aquel característico crujido.
Pero, al carecer de dicho sonido, el silencio se hizo más denso y el terror cundió en cada vagón del tren. Unos quería bajar, ver qué sucedía. Otros, querían romper la puerta que nos separaba de la cabina del conductor y hacerle dar la vuelta al tren.
Los menos valientes se quedaron sentados en sus sitios, alegando que la mejor idea sería no salir y esperar a que el conductor dijera algo.
Nadie mencionó aquella siniestra voz que apenas minutos antes nos había paralizado. Al igual que nadie vio la sombra que, en determinado momento, cuando los crujidos estaban en su máximo apogeo, entró en el vagón.
Aquella sombra vagaba entre los pasajeros, invisible para todos ellos. Una sombra espeluznante, con el mal formando a su alrededor un aura de terror.
Todas aquellas personas a las que rozaba, aunque fuera mínimamente, sentían un escalofrío, una pena enorme... Una pequeña parte del corazón de todos ellos, helada ante su contacto, nunca volvería a ser la misma.
Lo último que todos los pasajeros recordaríamos de aquella parte del viaje sería el momento en el cual las puertas, cerradas hasta ese momento, se abrían de golpe, trayendo hacia nosotros un sonido que helaba la sangre y paraba el corazón. Lloros, lamentos, gritos de sufrimiento...
Y, sobre todo, esa opresión en el pecho, en los pulmones, en el alma... Que nos dejaría marcados para siempre.
Nuestro próximo recuerdo sería un tanto inquietante. Todos nosotros volvíamos a encontrarnos en aquel punto en el que nuestro rumbo anteriormente había cambiado, en aquella fatídica bifurcación, pero en vez de girar a la izquierda, hacia la vía de servicio, seguíamos el camino correcto.
En cuanto llegué a mi casa, busqué información sobre paradas de tren abandonadas y ésto en particular me llamó la atención:
Día 23 de diciembre de 1974
SEPULTADOS BAJO NIEVE Y ESCOMBROS
Un tren con destino A Coruña, a su paso por la estación As Pontes, en una pequeña parte de Lugo, quedó sepultado entre montañas, nieve y escombros debido a la avalancha que había provocado su llegada.
Los cadáveres de los pasajeros fueron encontrados, todos ellos en estado de congelación, en su interior. Sus caras mostraban unas muecas horribles que parecían hablar por sí mismas de lo que en aquel tren, ese fatídico 23 de diciembre, tuvo lugar llegando a As Pontes.
Nadie sobrevivió a aquella tragedia.
El cuerpo del conductor del tren jamás fue encontrado. Una leyenda cuenta que su alma sigue vagando por allí, atrayendo a otros conductores hacia aquella montaña.
La pregunta es... ¿Por qué?